Archivos para reconstruir la memoria

El Universal|5 abril de 2014

La muestra «Escala» está en el galpón G6 de la galería Oficina #1

 

JESSICA MORÓN |  EL UNIVERSAL
sábado 5 de abril de 2014  12:00 AM

 

Secuelas de una tiranía. Países oprimidos. La urbe y sus ciudadanos vejados. Un grupo de 18 creadores -14 venezolanos y 4 extranjeros- coinciden en que las historias se repiten. Sus planteamientos materializados en obras surgieron en las décadas del 60 y 70, aunque hay otros artistas que sitúan sus reflexiones más cercanos al milenio. No obstante, gran parte de las piezas que se exhiben en el galpón G6 (anexo a la galería Oficina #1) cuarenta años más tarde, no son atemporales.

 

En la muestra colectiva Escala, artistas de diferentes generaciones reflexionan sobre un territorio. La exposición sugiere al espectador un recorrido por distintas estaciones. Lo obliga a detenerse como si se encontrara frente a una señal de parada para esbozar ante sus ojos una pincelada de realidad. Érika Ordosgoitti, por ejemplo, muestra Caracas (2013). En la fotografía a color y de mediano formato, la artista visual aparece desnuda sosteniendo un arma blanca, con la ciudad de fondo. Como un blanco fácil, una víctima potencial capaz de sucumbir y entregarse a la urbe profana. «La imagen lleva una advertencia. Es un aviso y quizás una protesta personal en contra de una ciudad tan violenta», apunta Luis Romero quien junto con Aixa Sánchez está a cargo de la curaduría.

 

Para Daniel González la metrópoli agobia. En el video El hombre como fin(1968) una sucesión de imágenes y sonidos de la ciudad aparece intercalado en pantalla con la figura de un hombre que da vueltas en un mismo eje, atormentado. La cámara registra un avión, tráfico y máquinas de fábrica «para cuestionar el poder opresor de la ciudad que desde la época ya alienaba al individuo», explica Romero.

 

El también artista y director de la galería es el autor de la pieza Araya, Otero, Casilda (2012-2013). Sobre tablas de madera talla con tinta negra la estructura de unas rejas. «Quise abordar la ciudad a partir de los elementos que la protegen. En este caso, las cercas como escudo ante la violencia», explica. En 1972, Ana María Mazzei mostraba seres con signos de angustia y preocupación. Sobre espejos, pintó el reflejo de individuos aislados. «Siluetas de personas que extrajo de los periódicos locales aparecen solas o dentro de una multitud a la que el espectador se integra. Lo hace al pararse frente a la pieza y ver en el cristal cómo su cuerpo acompaña al resto», describe el curador.

 

La carroza en movimiento (2010) de Iván Candeo, proyecta sobre la pared en blanco y negro un final seguro pero incierto. El video muestra la imagen de una carroza fúnebre que da vueltas alrededor de una redoma. «La muerte como una espiral… La violencia como realidad cíclica», afirma.

 

El ideal de una ciudad utópica impulsa la obra de Suwon Lee (El castillete, 2012). Su lente captura en una fotografía a color un paisaje de Tacoa, en La Guaira, con la imagen de un castillo abandonado. La edificación fue concebida como un hotel. «Es una especie de delirio arquitectónico que nunca funcionó. Una crítica a cómo se desvirtúa el patrimonio de una ciudad», sostiene Sánchez.

 

Ornato y pureza (2011), un ladrillo esmaltado de Oscar Abraham Pabón, se une a esa reflexión en torno a la deformación y comercialización de los espacios que conduce la obra de Donna Conlon y Jonathan Harker, quienes en la producción audiovisual Efecto dominó (2013) sitúan una fila de ladrillos alrededor del casco histórico de Panamá. Uno tras otro se van derrumbando frente a la sede de sus instituciones gubernamentales. «Porque es el capital el que al final termina mandando sobre las personas», agrega la curadora.

 

Gordon Matta-Clark y Liliana Porter trabajan con la piel de la capital. Imágenes de aceras, paredes y muros intervenidas para mostrar las cicatrices de la ciudad. Se incorporan a la exhibición obras en las que el espectador se hace partícipe. Como en las «fotografías habladas» de Julian Higuerey en las que, a partir de la lectura de un texto, el espectador recrea en su cabeza la imagen. Dos instalaciones, una de Diego Barboza (Poema gestual, 1981) y otra de Bruce Naumann (Body pressure, 1974) proporcionan las instrucciones para propiciar una performance en sala. «Son obras que aluden al artista como propulsor de la acción, como aquel que a través de unas coordenadas le la oportunidad a otro de reivindicarse», comenta Sánchez.

 

Telas que arropan el suelo, custodiadas por tubos y botellas de plástico forman la Plegadura sentimental (1991) de Alfred Wenemoser. En estos tiempos, el espectador se atrevería a asociarlo con una guarimba. A su lado, dos sacos de cemento conforman la Reflexión brutalista (2013) de Ernesto Montiel. «El elemento como vehículo para llevar consigo una ideología. Hoy diríamos ‘un proyecto revolucionario’ que se construye a gran escala», señalada la curadora.

 

Los microfilmes de Rafael Serrano concluyen la muestra. En la obraSuperposiciones. (2012) una sucesión de imágenes extraídas del archivo de la petrolera Shell evocan las ausencias. Fotos de construcciones, pozos, maquinaria y estrellas, «retratan la añoranza de los tiempos de bonanza y progreso».

 

«Cada uno de estos autores se proyecta desde su propio dialecto (…). Cada trabajo pone en vigor un modo específico un modo específico de calibrar la mirada», apunta Félix Suazo en el texto de la muestra.

 

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