En medio de la barbarie

El Nacional 1 abril de 2014

No todas las batallas se libran de la misma manera. Los tiempos, el entorno, las formas de la ciudadanía, sus prioridades y costumbres prefiguran esquemas de acción y reacción. En este camino incierto, las maniobras se enaltecen o se disipan, algunas llegan a término en tanto que otras se diluyen. En el contexto venezolano, un punto obviado por muchos desde un período demasiado largo demarcó una forma privativa de intercambio entre los porcentajes que integran los rangos casi equidistantes de oficialismo y oposición.

 

Este núcleo ya instaurado y por el cual todos los venezolanos debimos haber generado mayor resistencia es la segmentación y absorción total por parte del Estado de los medios de comunicación. La tarea ha sido puntual, distribuida en fases, construida de a poco, pero con un resultado certero para los intereses del gobierno. Al desmantelamiento de Radio Caracas Televisión en 2007 le siguió su anulación de la televisión por cable en 2010; luego de este dictamen otras televisoras comenzaron a restringir la capacidad crítica de sus labores, autocensura que desembocó en la por muchos descrita como «vergonzosa actividad» del canal de noticias Globovisión, uno de los centros más activos de rechazo y cuestionamiento de las políticas gubernamentales, el cual fue vendido en 2013 ante las amenazas estatales de suspensión del espectro radioeléctrico.

 

El repique de estas políticas se ha incrementado en 2014, cuando de la trama audiovisual se pasó al acomodo y castigo de la prensa escrita. El retraso y negación por parte del Estado para la adquisición de divisas y la compra del papel que requieren estas empresas en su producción ha desatado una ola terrible de desajustes con más de treinta periódicos en todo el país afectados por esta táctica: cierres, información diezmada, disminución de la periodicidad y resquebrajamiento o ausencia de sus líneas editoriales junto con la censura de algunos artículos por el temor a sufrir nuevas embestidas.

 

El 22 de marzo el testimonio de la periodista de El Universal Jessica Morón sobre una acción realizada por el creador cubano Jesús Hernández Güero en la apertura de su individual en Oficina #1 me ubicó en este borde cardinal. Aunque no pude ver el performance me acerqué a la sala; allí, esquinado ante un amplio conjunto de trabajos visuales sobre la anulación de la historia practicada en la dictadura de su país de origen y en otros contextos similares, se encontraba la huella de ese cuerpo ausente que estuvo encadenado por despojos de papel periódico y que permaneció invariable mientras inhabilitaban su mirada y su voz. Todos los oficialistas y opositores que no exigimos justicia en su momento frente a la censura padecemos ahora bajo las grietas de un cuerpo social similar, donde incluso palabras como desabastecimiento, sociedad civil, protestas y estudiantes han sido penalizadas según la conveniencia del poder. Al desaparecer la libertad de expresión y el Estado de Derecho toma su lugar la barbarie; cualquiera que sea el requerimiento de la verdad de un individuo, un colectivo o una comunidad, tendrá que vérselas con lo que al gobierno le parece legible y con el peso de eso mismo que se dejó pasar. El resultado único es la afonía, silencio atroz que el artista replicó e hizo visible gracias al poder contundente de un solo gesto.

 

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